Por un feminismo de hermanas de tierra

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Hermanas de tierra,

un año más nos encontramos en las calles para reivindicarnos juntas, para alzar las voces, unir nuestras manos y defender nuestros derechos y los de los territorios que habitamos.

Ha sido un año de lucha y movilización del pueblo gallego por la defensa de su modo de vida, del agua, de la tierra y del aire. Como dice el lema, «dende a Ulloa ata a Ría, terra, auga e aire son vida!». Toda Galicia está en pie contra una agresión sin precedentes, la de una macroplanta de celulosa de la multinacional Altri.

Las consecuencias de este proyecto, si llega a fin, serían devastadoras: entre otras cuestiones, toda la cuenca del río Ulla — que desemboca en la ría de Arousa — se vería afectada, perjudicando a mariscadoras y al sector pesquero. El cauce del río ha unido a las mujeres campesinas de la tierra del medio (A Ulloa, terra do medio) que defienden su territorio, la tierra que trabajan y cuidan, frente a un modelo de expolio y eucaliptización; y a las mujeres del mar, preocupadas por la calidad del agua que les da sustento económico, y sin la que no se entiende su día a día.

Contra este proyecto que rompe y destroza la tierra se levantó una movilización mediática sin precedentes, que se suma a tantas otras, quizás menos visibles, que también luchan contra megaproyectos eólicos o solares, ampliación de regadíos, instalaciones de ganadería industrial, proyectos mineros, turísticos y urbanísticos… Intervenciones que perpetúan una idea equivocada de progreso y crecimiento, que ya está obsoleta para nosotras, porque solo acumula beneficio en unas pocas manos y agrede a las personas y al territorio.

Hermanas de tierra,

también hemos vuelto a salir juntas a las calles por el pueblo palestino. Para mostrar nuestra indignación por la impunidad del estado genocida de Israel, una impunidad sostenida por nuestros gobiernos. Para mostrar que no somos indiferentes a esta injusticia ni a este sufrimiento. Pero también para mostrar nuestra admiración por la fuerza y la resistencia de la población palestina, enraizada, como sus olivos y sus higueras, en el vínculo con su tierra, que nos emociona e inspira.

Hermanas de tierra,

vivimos en un territorio herido. La dana ha dejado dolor y secuelas, y un golpe de realidad después de la catástrofe: necesitamos transformar este sistema que no deja de ponernos en peligro. El cambio climático no es sólo un fenómeno abstracto o grados centígrados, es muerte, desplazamiento forzado y destrucción material también entre nosotras.

La imagen del puente de la solidaridad, con su fluir de gente a pie desde la ciudad a todas las localidades afectadas, nos traía a una multitud que con sus cuerpos carga escobas y palas, comida y garrafas de agua, botas y enseres para otras personas a las que no conocen. Si nos sostenemos así es porque nos reconocemos vulnerables y anteponemos la vida al capital: una vida que hace tambalear las únicas historias de éxito que nos enseñaron como referentes. Una vida en la que la vecindad se echa a la calle y enciende la leña y cocina para las demás. Pero este año, varias personas se han visto afectadas por fenómenos climáticos sin recibir la atención de los medios, como es el caso de las compañeras jornaleras que malviven en los asentamientos chabolistas de Huelva o Almería. La solidaridad de la sociedad y el amparo de las administraciones no les han llegado.

Por otro lado, nos conmueve el lema «El pueblo salva al pueblo», pero no podemos olvidar que todas aquellas personas a las que votamos forman parte de él, y que lo público también salva al pueblo. Hay infinidad de semillas esperando para renacer en estas tierras. Y ese renacer nos permite imaginar otras maneras posibles de vivir: en las que la buena vida, la alimentación sana, las condiciones laborales dignas y la misma salud no tengan nada que ver con el código postal de nuestro lugar de residencia. Maneras de vivir en las que no olvidemos a nadie.

Por eso, queremos hoy decir bien alto una expresión de la huerta valenciana que nos emociona:

A tornallom.

Se llama así a una de las formas de trabajo comunales en la que se realiza el intercambio de faenas sin dinero. Una manera de habitar una tierra en vecindad, que cuida los lazos con todas aquellas personas con las que convivimos y que, por mucho que otros se empeñen en obviar y excluir, es uno de tantos gestos que conforman la narrativa que hoy hace que sigamos aquí. Ojalá sea también la manera que nos permita inventar modos de vivir que no sólo mitiguen los impactos del cambio climático, sino que puedan contribuir a frenarlo.

Porque,

Hermanas de tierra,

son ellas, las mujeres que cuidan, las que sostienen el tejido de sus familias y comunidades, las que afrontan los desafíos climáticos con una carga emocional y psicológica que con frecuencia permanece invisible.

Las mujeres rurales se encuentran en la primera línea de la lucha por un futuro habitable. Nos enfrentamos a una creciente ecoansiedad, a una preocupación persistente y legítima por los efectos del cambio climático. Este temor, intensificado por nuestra cercanía directa con la tierra y los recursos naturales, nos golpea con más fuerza a las cuidadoras rurales. Guardianas del entorno, sufrimos primero y más profundamente los cambios en los ciclos naturales, las sequías, las inundaciones y la degradación del suelo.

Convivimos con ansiedades, inquietudes, tristezas, inseguridades, prisas, culpas y sobrecargas, obligadas a menudo a aceptar trabajos precarios que destrozan nuestro entorno. El sistema nos empuja a una búsqueda individualizada de supervivencia, nos llena de pastillas y medicaliza nuestras vidas. Sobremedicación, automedicación, medicaciones sin seguimiento ni finalización, no bastan para parar el enorme desafío que supone la defensa de nuestro territorio, la salud de nuestros cuerpos y la de nuestras comunidades amenazadas.

Hermanas de tierra,

que nuestra tierra florezca a pesar de las adversidades.

Nos mantenemos firmes en la esperanza y la acción, porque sabemos que en nuestras manos está la posibilidad de un futuro habitable y sostenible. Pero nos encontramos en un momento crítico, en el que la explotación desmedida de los recursos naturales, la privatización de bienes colectivos y el avance de modelos económicos extractivistas amenazan la vida en el planeta y el tejido social de nuestras comunidades. Ante esta crisis, alzamos nuestra voz para reivindicar y proteger los bienes comunales, esenciales para la vida en nuestros pueblos, para cuidar los montes, los pastizales, los acuíferos, los ríos, las dehesas, para proteger toda forma de vida y la nuestra propia. Y hacerlo desde tierras comunales, que son de todas y de nadie; tierras abiertas, sin cierres, horizontales, tierras que acogen y nutren. Tierras para ser habitadas.

En un mundo dominado por la lógica del crecimiento económico ilimitado, nos encontramos ante una crisis ecosocial sin precedentes. Frente al modelo dominante basado en un capitalismo extractivista, necesitamos una transformación radical de las lógicas de los países del norte global. El decrecimiento no significa retroceso ni empobrecimiento, sino un cambio en las prioridades: producir menos y mejor; consumir menos, pero con mayor sentido; vivir de manera más comunitaria y en equilibrio con el cuerpo, los otros cuerpos, el ecosistema, el territorio.

Queremos recuperar el tiempo como tiempo de vida, como manera de habitar. No queremos vivir siempre en un tiempo productivo, burocratizado, un tiempo para la explotación y el consumo. Queremos potenciar el deseo y la alegría también como política efervescente y crítica, desde lo común vivo, en contacto con las distintas realidades. Reivindicamos el convivialismo, la alegría, lo festivo, a partir de espacios y tiempos para celebrar la vida, para encontrarnos, para disfrutar.

Y no estamos solas, porque llevamos con nosotras la fuerza de todas aquellas que nos precedieron, de todas aquellas que nos seguirán.

Por un feminismo de todas,

por un feminismo de hermanas de tierra.

El cartel es obra de Vanesa Freixa. Se puede descargar aquí.

(*) Seguimos utilizando las categorías de mujer (y hermana) por considerarlas todavía útiles para incidir políticamente en nuestra realidad actual, pero somos conscientes de que somos diversas en cuanto a vivencias, trayectorias, capacidades, cuerpos e identidades. El asterisco pretende aglutinar toda esa diversidad.

Este manifiesto ha sido locutado por María José Llergo. Puedes escucharlo aquí.

** Este manifiesto ha sido posible gracias al trabajo colectivo de Blanca Casares, Lareira Social, Leire Milikua, Lucía López Marco, María Montesino, María Sánchez, Patricia Dopazo, Ada e Irea de REAMA Friol, Ana Pinto Lepe de Jornaleras de Huelva en Lucha y Elisa Oteros. Hermanas de Tierra es un manifiesto para el 8M que fue impulsado desde 2018, por María Sánchez y Lucía López Marco.

Puedes apoyar el manifiesto y el trabajo de Hermanas de tierra, aquí.

hermanasdetierra@gmail.com

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